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jueves, 7 de agosto de 2014

107 - Un tratamiento de -la maquina- (transcripción y comentarios)



La figura del toxicómano aparece como algo extraño, a veces repugnante para la sociedad, los entes de regulación procuran esconder algo de lo que no pueden escapar, que es precisamente lo inevitable del goce que experimentan estos sujetos y que se manifiesta en poner todo al límite, y es esto lo que puede describir a un adicto, que siempre está colocando al límite, a su propio cuerpo o a quienes los rodean. Se escucha dentro de estos pacientes y sus familias decir "yo iba a la olla a ver qué necesitaba, le llevaba ropa y comida, hasta le pagaba las deudas, y allá se quedaba consumiendo". Qué otra expresión se puede conocer del límite, conociendo que este es un ambiente de muerte, de peligro, de robos, de sobredosis, lo que más se asemeja a un infierno terrenal.


     Es así entonces que a continuación se transcribirá un apartado del texto de Sylvie Le Poulichet que se titula Toxicomanías y psicoanálisis "las narcosis del deseo", que trata sobre Un tratamiento de -la maquina- y toca puntos tan cruciales como la diferenciación entre psique y soma o cuerpo y alma, que a veces se ha desdibujado en manos del discurso de la ciencia y de otros discursos, en un afán que aparece confuso, por terminar algo y redondearlo para ponerle punto final. Los términos de Fármaco-dependencia y de toxicomanía, o de drogodependencias y drogadicciones entran en esta lógica.


     Así que quien se detenga a mirar la relación del cuerpo y los tóxicos se preguntará:


"Pero, ¿qué ocurre cuando un mortal intenta actuar sobre -la maquina- de manera que lo incógnito ya no sea suspenso? Sí algo real no permaneciera así resguardado tras -la máquina-, ¿podría el individuo tomar los comandos?
     ¡Horror, vértigo y delicia: se puede tratar el cuerpo, vigilar el trabajo de sus órganos! Solamente el cuerpo deja de ser -el templo de Dios-. El pensamiento cristiano indica con toda precisión en esta formula que el cuerpo debe ser el lugar de un -misterio-. lugar donde se celebra un culto, es decir el misterio de la presencia de Dios que es ausencia.
     El cuerpo como -templo de Dios- es una manera de decir que lo -real- del cuerpo puede permanecer en su puesto -guardado- si un Padre recoge su contingencia en una función universal. Al mismo tiempo ha sido dicho que no podéis disponer de ese cuerpo, hacer de él lo que queráis, puesto que no os pertenece: os ha sido prestado para celebrar el misterio de la presencia (ausente) de Dios, que es un acto sin cesar renovado.
     ¿De qué otra sacralidad puede sostenerse el cuerpo cuando el -templo de Dios- es violado por la instalación de un -comercio- en su -Casa-? Reencontramos aquí la imagen bíblica de los -mercaderes en el Templo-, como profanación, transgresión a la Ley divina.
     Injertos, inyecciones, prótesis, ¿podrían abastecer a una -maquina- autónoma, esencialmente -profana-, que intercambiara moléculas de dormir, de sueño y de dolor?
     Cuando un individuo se encuentra constreñido a hacerse relojero de su propio cuerpo, ¿se convierte para lo sucesivo en el guardián de sus propios engranajes? Si él se ha hecho relojero, es seguramente porque él había perdido el tiempo, ese tiempo que recorta su ser en las rupturas dibujadas por -la ausencia- La operación del farmakón aparece sin duda como una tentativa de suspensión del tiempo.
     El ha conquistado una -tierra incógnita-, pero después el ya no puede dormir verdaderamente: es preciso vigilar sin descanso -la máquina-. El cuerpo ha quedado a la deriva porque es ahora presencia para él mismo; ya no puede dejar a un Padre el cuidado de su autoconservación.
     Así se entiende ese pánico, esa urgencia, que para algunos toxicómanos invaden toda la escena: nada más cuenta, es preciso encontrar enseguida -la dosis-, la hora pasa, las señales de alarma se multiplican, el sudor perla la frente, los escalofríos atraviesan el cuerpo. Esto es también lo que pueden describir pacientes que no han consumido tóxicos desde cierto tiempo y que, en consecuencia, no son "fármaco-dependientes". Pero de repente la presencia y la ausencia son insostenibles, el pensamiento se hace herida, y el otro no suscita más que una efracción. Es entorno de ese -agujero-, después de que se ha desencadenado esta -hemorragia-, como la operación del farmakón trata a la psique como un órgano. Para un cuerpo que no se habría perdido, la narcosis es un tratamiento de -la maquina-.
     Si él no se presenta ya como una -criatura de Dios-, del Padre, el individuo podría convertirse en el artesano obligado y en el emparchador de su propio cuerpo.
     Las toxicomanías de que hablo aquí se ordenan en el registro de una radical suplencia narcisista. Dan testimonio real de un desfallecimiento, de una insuficiencia de Dios, del Padre: ya no se puede descansar en él. Es preciso suplir sin cesar la claudicación de una instancia simbólica.
     La constitución de algo -real-, como incógnito, autoriza la función e lo arbitrario del deseo. Cuando algo -real- es excluido, esto permite ocuparse de otra cosa: del deseo que se compone sobre la trama edípica del lenguaje. Pero, aquí, un ser está totalmente ocupado en hacer funcionar -la maquina-, en la urgencia, tras el surgimiento de una amenaza. Como si Otro no garantizara ya que el cuerpo fuera llevado a la palabra, como si ya no ocupara su puesto, el individuo se asegura un -provisoriato-. Es entonces sin duda una -función vital- la que esta narcosis cumple.
     Si él es el gran emparchador de su propio cuerpo, es porque eso no se desempeñaba solo... Ese cuerpo no ha podido quedar suficientemente velado, borrado y asumido por un Nombre que lo representaría ausentándolo.2
     Acceder a semejante forma de saber sobre -la maquina- representa empero un caso de imposibilidad. habría sido preciso que ese saber permaneciera supuesto, que quedara de una vez para siempre bajo los sellos, bajo la garantía de un Nombre. No se trata de pensar que un toxicómano sabe lo que hace cuando se pone a tratar su cuerpo y a -hacer de relojero-. Este es sin duda, en un momento dado, el medio que encuentra para suplir un desfallecimiento del Otro en tanto tercero. Pero tan pronto se ha comenzado a tratar así los propios órganos, ellos dejan de ser silenciosos; han salido de la sombra. Ya no queda medio de abandonarse al dormir, ni de soñar simplemente. Si él ya no tiene -tierra incógnita-, él deviene un sujeto exiliado de su deseo."1

     Lo anterior habla de dos cuestiones fundamentales que atraviesa al sujeto toxicómano, en primer lugar la relación que establece él con su cuerpo y la segunda que es complementaria, se trata de la Ley del Nombre del Padre, primero e históricamente situada en Dios y después inscrita en el psiquismo como el significante primordial que le da orden a mundo subjetivo.

     La relación con su cuerpo siempre es algo al límite, como se nombraba al principio, esto es ambivalente ya que pareciera que lo quiere destruir, pero Le Poulichet dice que también lo quiere conservar, tiene ese componente ambivalente, que en este espacio no se alcanza a tocar. Lo cierto entonces es que desaparece el significante que amarra el orden simbólico, el sujeto pasa a tratar la maquina desde lo real y a vigilar su funcionamiento, basta con ser testigo de la hora donde a un heroinómano se le administra metadona, allí se percibe que tienen que mantener, monitorear y activar la maquina para evitar cualquier desequilibrio. Así es como por la respuesta a la incógnita, la autonomía del organismo y tenerlo bajo control, desaparece la pregunta al misterio de la vida y del organismo. en este punto el toxicómano se convierte en un sujeto omniponente, que lo puede todo.

     La ley como significante primordial en cada sujeto parlante es fundamental para amarrar, no dejar caer y anidar toda la estructura, en los pacientes toxicómanos se presenta de manera particular, no se puede extraer una formula general que los describa, como lo dice Le poulichet en su texto el toxicómano es una imagen, se complementaría entonces con que es una imagen social y del orden de la salud mental, para poderla abordar, describirla y tratarla. El sujeto que está en relación con un tóxico o con varios a la vez tiene sus elementos únicos e irrepetibles, su historia y su propia trama. empero en la relación con la Ley, el Nombre del Padre algo se repite, algo no anda bien. Un paciente que estaba en condición de calle y llego a consulta lo describía así "tengo mucha rabia con lo tombos (policías), me dijeron, una requisa y yo les dije, "pida el favor", entonces al rato de pelear porque no me quería dejar requisar, un policía bachiller me cogió y yo de un cabezazo le rompí el tabique y llegaron los motorizados y en un momentico tenía como a siete policías dándome pata, me llevaron al calabozo y allá seguí peleando con unos manes que me iban a robar..." Esta es un ejemplo de la relación de este adicto con la ley, en este caso la representación de la ley social, la policía. Fue tanta su ira que lo llevo hasta el calabozo. Lo cierto entonces es que si la ley paterna desfallece existe en la sociedad una ley mayor que al menos retiene y regula.  

     Finalmente se dirá entonces que el sujeto toxicómano, como vimos, es alguien que tiene problemas con el tratamiento de la maquina corpórea, con la ley y con otros elementos que lo muestran como resultado de una operación siempre compleja y no resuelta. 

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1. Le Poulichet (2012) Toxicomanías y psicoanálisis -las narcosis del deseo-. Ed: Amorrortu editores, Buenos Aires, Argentina. P. 124.
2. Nos hace hallar aquí una figura de la -metáfora del Nombre del Padre-: -Es en el "Nombre del Padre" donde debemos reconocer el soporte de la función simbólica que, desde la aurora de los tiempos históricos, identifica su persona con la figura de la Ley- (J. Lacan, -Fonction et champ de la parole et du langage- (1953), en Ecrits, Paris: Seuil, 1966 (págs. 237-322), pág. 278)

Carlos Enrique Correa Lagos - Psicólogo