POR: CARLOS ENRIQUE CORREA LAGOS
Era el
año 2007 cuando entré a la Universidad, con un accidente a cuestas y con muchos
complejos, hice parte de la facultad de psicología de la Unab en convenio con
la Humboldt, la sede quedaba en la calle 22, pleno centro y era un edificio, yo
era la tercera promoción que ingresaba en ese momento. Tengo que hablar del
accidente, sí, fue un tiro en la cabeza que me dejó 8 días en coma y dos meses
en el hospital, en silla de ruedas y no podía hablar ni hacer actividad alguna
por mí mismo. En fin, eso ya lo he contado en otro lugar, lo cierto es que hablo
de los complejos porque me tenía que agarrar de las paredes para no caerme y
sentía que algunos compañeros me la montaban, estaba lleno de ira por el
accidente.
En el
salón fuimos alrededor de 20 personas, yo no podía leer ni escribir muy bien
por las secuelas del accidente, pero así y todo me embarqué. Mis padres me
matricularon para que estudiara algo, porque el neurólogo Oviedo, el que me
salvó la vida, dijo que yo podía estudiar una ciencia humana, derecho,
psicología o algo parecido, porque la parte de mi cerebro que tenía que ver con
las matemáticas estaba afectada, y si, en realidad como que nací con esa parte
afectada, nunca supe matemáticas.
Pasé
primer semestre y conocí el psicoanálisis por la enseñanza del Doctor Ricardo
Ivan Mejía, un gran transmisor de la pasión por ser docente, no sé si en
realidad tenía mucha experiencia en ese tiempo, pero su gusto por lo que hacía
me caló hondo, y ahora pienso cuando estoy sentado escribiendo estas líneas
para la clase de perfil del docente en el diplomado de la Universidad del
Quindío que mi gusto por la docencia viene del profesor, si me hicieran la pregunta,
¿usted por qué es docente? Contestaría, porque el dr Ricardo me contagió su
pasión por transmitir algo, de la psicología, del psicoanálisis y de la vida.
Sin
embargo esa pregunta no es sencilla de contestar completamente, debo decir que
mi madre es docente de inglés y le podríamos depositar cierta parte a la
genética y a la herencia en nombre de la ciencia, no lo descarto, pero tampoco
lo creo mucho. Pues mi madre es una mujer a la que admiro muchísimo, y es la
mejor profesora del Quindío para mí y para muchos sin embargo para mí pesa más
el ambiente. Es así entonces que la respuesta a esa pregunta se complica.
Yo me
hice un psicoanálisis durante 6 años, que fue el que me sacó del fango de mis
complejos, eso lo digo también en la segunda parte de la entrevista a Vidas, y
mi analista, el doctor Ávila, antes de ser mi psicoanalista, fue mi profesor, y
allí hay un elemento transferencia implicado en la transmisión y en la vocación
del docente, las clases con el doctor Ávila fueron lo mejor, salía de allí impactado
por la enseñanza, además debo decir que las grabé casi todas con mateo, mi gran
amigo y colega que también en este momento que es docente.
Es así
como me doy cuenta en este momento que el gusto y la vocación por la docencia
me viene de muchos lados como rayos, y no puedo decir que es por una sola
persona.
Ah!
Estaba contando lo de mi inicio en la Universidad, sí, pasé primero y me fui en
formación hasta magister en Culturas y Drogas, donde tuve muchos modelos que
admiro como docentes, Cesar, John, Margot, Manuel, Jorge Ronderos, Gretel,
entre muchos otros, además doctores en antropología y en sociología aportaron
en el gusto por enseñar, fue el ejemplo.
Quiero
contarles una experiencia, va a ser la primera vez que la paso a letras desde
mis pensamientos y fue cuando ingresé el semestre pasado a dar una clase en
segundo de gerontología de la Universidad del Quindío. Eran 32 estudiantes, un
salón gigante, y me comenzaron a fallar las cosas, no llevé el syllabus para
firmar el acta de concertación, el video beam no me funcionó, hice una
actividad en grupos para romper el hielo y ese hielo no se rompía, acomodé el
grupo en mesa redonda y veía que un par de muchachas se burlaban de mí, yo
sentía que estaba muy novato (aunque no lo era tanto) para estar en esa clase,
mostré unos videos en mi computador que es pequeño, en la inmensidad de salón y
sentía que ese grupo no estaba lo suficientemente conectado con la clase de
presentación.
En
fín, fueron tres horas pesadas y yo utilicé todas las herramientas para
defenderme de esa angustia, una angustia de no saber si de lo que se está
hablando, está llegando, y sin embargo tuve al salón en mí y hasta terminé
hablando de los sueños, así pasó el semestre y en la última clase se vieron
algunos intentos de lágrimas y agradecimiento por todo lo enseñado y por la
compañía en el camino.
Esto
anterior no lo hubiera aprendido por ningún libro, como me dijo mi mamá hoy
“eso hay que lanzarse al agua de la piscina, pedagogía no se aprende sino así”,
y es cierto, fueron como palabras de mi analista en cuanto al miedo.
Puedo
terminar este escrito diciendo que ser docente es un camino de enseñanza que
nunca acaba y siempre se renueva, es un aprendizaje mutuo, como dice el
profesor Juan Carlos, y de cada nueva experiencia se va aprendiendo, porque la
enseñanza es parte de nuestra estructura.
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