La Búsqueda del Placer
Vinculaciones más allá del interior
Autores:
“El objeto del deseo es lo agradable” - Aristóteles
Introducción
Hablar acerca del sentido sexual de
nuestros actos es un ejercicio que requiere ahondar en el sentido de nuestros
actos en sí, que además están determinados por el tiempo: pasado, presente o
futuro, y tienen como objeto final a un fantasma objetizado que procura un
placer parcial; es inmiscuirnos, a través de varios conceptos del psicoanálisis,
en los diferentes motivos por los que un acto puede tener sentido. Si tenemos
en cuenta el esquema básico en donde la pulsión generada en el inconsciente,
atraviesa parcialmente la barrera de la represión y se exterioriza a través de
una palabra, acto o símbolo, pero siempre como un acto sustitutivo del cual
generaría placer total, empezamos a ver las primera nociones sobre el sentido
de nuestra conducta.
Se hace importante entonces, una
revisión de conceptos y características de nuestro funcionamiento psíquico. En
primer lugar, toda la energía
excitatoria proviene del interior de cada uno de nosotros, estas pulsiones que
representan cosas, una vez se han activado siguen produciendo energía ad infinitum, por lo tanto busca
continuamente la descarga completa de dicha energía, algo meramente teórico que
no puede ocurrir. En segundo lugar, la descarga total de energía es impedida
por la barrera de la represión, que actúa como un filtro que transforma la
pulsión original en una acción, palabra o símbolo compatible con la realidad
(Placer total vs Realidad mediada). Sin embargo, el inconsciente logra
manifestarse a través de actos o pensamientos que nos toman por sorpresa o que
incluso sirven como medida “de compromiso”, como representante, para mediar la
tensión entre la pulsión-represión. Justamente en este punto es donde se
desenvuelven muchos actos con sentido sexual. Hay que recordar, por último, que
en el psicoanálisis la sexualidad no se resume en la genitalidad, lo sexual es
toda conducta que se origina en una región u órgano del cuerpo sensible y
sexualmente excitable, llamada “zona erógena”, que pretende un placer ideal que
es reprimido y sustituido. Este placer limitado se diferencia entre
fisiológico, o de necesidad como el hambre; y un placer sexual, el deseo,
polarizado en torno a una zona erógena y obtenido mediante un objeto
fantasmizado.
Hay que considerar que todo
movimiento de ocultación y revelación implica, aunque esto sea en un sentido
metafórico, la distinción entre una dimensión interior y una dimensión
exterior. Lo que se esconde se queda dentro, lo que se revela sale fuera. Para
que el deseo pueda ocultarse o manifestarse, el sujeto debe ser pensado coma
una entidad estructuralmente doble, articulada en una parte interior (el significado)
y una parte exterior (el significante), o sea, hay dialéctica expresiva entre
la interioridad y la exterioridad de la persona. (Pinto, 1999, p.63).
Tres
conceptos claves a la hora de analizar el sentido sexual de los actos son la
sublimación, el fantasma, y el narcisismo, los cuales operan como una defensa
del yo. El primero, cambia la meta sexual por una socialmente aceptada; el
segundo, cambia el objeto por uno fantasmizado, mediante un proceso en donde el
objeto real es asimilado y transformado en parte del yo; y por último, se da el
estado del narcisismo “el yo es un objeto fantasmizado por su propia naturaleza
ilusoria, y es un objeto sexual por el placer que suscita” (Naiso, 1996 p.72).
El sentido sexual de nuestros actos
Es lo tácito que “las interacciones
de una familia como sistema pueden determinar una serie de factores personales,
profesionales, sociales, de salud y demás en sus integrantes”(Gómez y Loving,
2011, p.318), pero además, las interacciones de cualquier índole están
transversalizadas por el contexto sociocultural y un momento histórico, que
define y delimita actitudes y roles para todos los aspectos de la vida de las
personas en sociedad. La familia también se encarga de la enseñanza y
educación, sienta la base para la socialización, de ahí reside su importancia
en un adecuado crecimiento afectivo y de bienestar que permita la sana y
responsable expresión de las diferentes conductas, incluida la sexual, “sin embargo al no estar debidamente
informados los adultos, las nuevas generaciones siguen creciendo con los viejos
modelos religiosos culpígenos, mágicos e irreales en lo que respecta a la
sexualidad” (Gómez y Loving, 2011, p.321). Teniendo en cuenta esto, si bien la
sexualidad es un rasgo invariable, es decir, se presenta en todos nosotros
desde un estado embrionario hasta la muerte, también es algo que se aprende,
“El sexo realmente no se reprimía, se construía. Y el sexo se construía a
través del discurso [...] por ejemplo, de la pastoral cristiana, cuyo propósito
consistía en la prohibición, en el silencio absoluto para hablar de sexo”
(Lombana, 2014, p.30).
Esta tradición cristiana contrasta
en muchos aspectos con las diferentes expresiones sexuales y de género que se
realizan en la actualidad, factor propiciado por la combinación del
capitalismo, el postmodernismo y el auge de la tecnología. En primer lugar, en
nuestra sociedad de consumo “nadie puede convertirse en sujeto sin antes
convertirse en producto” (Bauman, 2007, p.25). Vemos una clara afinidad entre
esta actitud y el objeto fantasmizado, que adopta un sin fin de formas para
expresar las pulsiones sexuales, como se evidencia en nuestro tiempo actual,
“la postmodernidad es la transcripción cultural, política y filosófica de un
capitalismo sin fronteras” (Castro, 2011, p.11). Esta actitud se da en varios
ámbitos como el afectivo, laboral o social en donde las personas deben
presentarse como un producto deseable. De la misma forma, la colonización
global por parte de las pantallas y la tecnología ha generado un gran influjo
de información e imágenes reales o modificadas, formas de interactuar,
conectividad y anonimato, que definen a través de la mass media, cánones físicos, resaltando así la relación entre
producción y deseo y el hecho de que siempre hay alguien listo para consumir
dicho ideal.
Desde el punto de vista de la
espiritualización (o sublimación) de los impulsos, no hay ninguna diferencia
entre el ascetismo medieval, que mortifica el cuerpo en todas sus funciones
biológicas, y la estética contemporánea, que celebra el cuerpo exclusivamente
como imagen (como cuerpo bello, si es una imagen fija, y como cuerpo musculoso
y atlético, si es una imagen en movimiento). El aparente hedonismo de los
mensajes dominantes encubre un ascetismo ferozmente represivo. (Pinto, 1999,
p.70-71)
Junto
con la afloración de imágenes y personas que las ven, se produce una ampliación
de la mirada, o de la pulsión escópica en términos de Wajcman, “ hoy no sólo
todo puede ser visto, también es casi un imperativo que todo sea mostrado y
quien prefiere no mostrar es considerado sospechoso” (Arias, 2016, p.11). El
hecho de que todo sea igualmente mostrado y visto, ayuda a catalogar a nuestra
sociedad actual, según el psicoanálisis, “como voyeurista y exhibicionista en
tanto impulsa ilimitadamente las dos vertientes de la pulsión escópica:
satisfacer la pulsión de mirar y la pulsión de hacerse mirar.” (Arias, 2016,
p.12).
Dos
de los factores principales que propician
nuestra conducta sexual a través de la red, se encuentra en el
anonimato, que protege al cuerpo posicionándolo fuera de la interacción, y la
capacidad de modificar la imagen virtual para que esté de acuerdo con los
cánones de belleza de nuestra cultura occidental. Esto, junto con la
conectividad y el mostrarse como objeto de deseo, juegan un importante papel en
conductas tan modernas como es el sexting o la pornografía.
Una
encuesta realizada en Colombia muestra como “el 9.8% de los niños, niñas y
adolescentes que han navegado en internet en los últimos doce meses han tenido
conversaciones con contenido sexual con personas virtuales” (DANE - ECAS,
2017).
En el sexting, el otro queda afuera
del vínculo: frente a una pantalla de celular, sólo se trata del sujeto que se
fotografía a sí mismo. El destinatario, quien recibe la foto, aparece como mera
excusa en esta práctica: está en el lugar del objeto necesario -pero siempre
contingente- para que el sujeto sea visto. Esto es así porque la satisfacción
del sujeto que sextea reside exclusivamente en la acción de sacarse fotos y
verse y ser visto en ellas. Es la pulsión escópica la que está en juego en
estas nuevas prácticas: como Narcisos posmodernos, los sujetos se fascinan en
la contemplación de su propio cuerpo y, a través del sexting, también dan
cuenta de su deseo de ser mirados. (Arias, 2016, p.11)
En la pornografía, también se trata
de una muestra, un espectáculo de la sexualidad, en donde se expone a personas
no por su valor sino como objeto a ser consumido, dando una imagen irreal de
las relaciones sexuales y las expectativas físicas de las personas, una imagen
nociva que confunde y presiona a las nuevas generaciones.
El sujeto es conminado a mostrarse y
tratarse a sí mismo como un producto a consumir, las relaciones afectivas se
establecen con un modelo más cercano a la conexión que a la relación, la
pornografía se expande como un discurso acerca de cómo debe ser el sexo y la
mirada, ayudada por la multiplicación de pantallas y gadgets, se amplifica
hasta producir la sensación de que sólo lo que es posible de ser visto es
real. (Arias, 2016, p.11)
En este contexto actual hedonista
donde la búsqueda de la felicidad y la obtención del placer representa una
máxima casi utópica, se evidencia la tensión entre la pulsión y la represión,
algo que vemos reflejado en los movimientos actuales de la cultura tradicional
y la contracultura.
La combinación de lo virtual y lo
real de nuestra generación ha tenido un gran impacto por la ampliación de
diferentes expresiones de la conducta.
Internet representa, para esta nueva
generación digital, un territorio infinito, etéreo, virtual en donde se
circunscriben varias prácticas alentadas por características como el anonimato
y la rápida difusión. Los memes como lenguaje simbólico, por ejemplo, muestran
un claro ejemplo de sublimación en nuestra cultura actual. Funciona como
instrumento para conectar personas y ayudar en el proceso de
autoreconocimiento, y difusión de representaciones colectivas asociadas con la
sexualidad en diferentes situaciones sociales y culturales, moldeando nuestro
“yo” a través de procesos de identificación y conexión con el otro virtual y
real.
Analizar las prácticas por las que
los individuos se vieron llevados a prestarse atención a ellos mismos, a
descubrirse, a reconocerse y a declararse como sujetos de deseo, haciendo jugar
entre unos y otros una determinada relación que les permita descubrir en el
deseo la verdad de su ser. (Foucault, 2005, p.9)
Estas condiciones producen “un
sujeto histórico, a imagen y semejanza de la sociedad que lo instaura” (Arias,
2016, p.3), en nuestro caso, nuestra
tendencia idealizadora y generalizadora nos lleva por el camino del ideal
“perfecto”, que genera inevitablemente una gran insatisfacción.
Conclusión
Si bien la vida se compone de
incalculables pasos que a veces no sabemos a dónde dirigir, la sexualidad hace
parte y es algo inherente al ser humano desde que nacemos hasta que morimos, la
genitalidad aparece en el transcurso por el desarrollo del aparato sexual, pero
la sexualidad desde que se nace hay una búsqueda de placer en todos los seres
humanos, en dialéctica con la realidad, es decir una relaciòn que va más allá,
no solo con el objeto amoroso con el cual se obtiene la satisfacción sexual,
sino una relación de vinculación con el entorno, con cualquier cosa que nos
rodea y a la cual amamos y nos amamos a la misma vez.
Queda claro que no es posible pensar
en la constitución de la sexualidad sin antes tener un conocimiento claro de
las relaciones que establecemos con el otro a lo largo de la historia de
vida. Igualmente Freud, desde sus
primeras teorías, ubicó en un lugar central al inconsciente para entender la
sexualidad, e indicó que para formar parte de una sociedad renunciamos en cierta
medida a nuestros deseos sexuales mas íntimos;
y al irse estructurando el deseo sexual como uno de los aspectos más
importantes de los problemas psíquicos, usualmente presentados en el individuo.
Referencias
- Arias, V. (2016) Sexualidad y virtualidad: algunas
coordenadas para pensar el fenómeno del sexting desde el psicoanálisis.
Universidad del Cuyo, Mendoza, Argentina.
- Bauman, Z. (2007) Vida de consumo. Buenos Aires: Fondo de
Cultura Económica.
- Castro, E. (2011) Contra la postmodernidad. España: Alpha
Decay.
- Departamento Administrativo Nacional
de Estadística (DANE), (2017). Encuesta
de Comportamiento y Factores de Riesgo en Niñas, Niños y Adolescentes
Escolarizados - ECAS 2016 Recuperado de https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/educacion/poblacion-escolarizada/encuesta-de-actitudes-y-comportamientos-sobre-sexualidad
- Foucault, M, (1984). Historia de la Sexualidad: El uso de los
Placeres. Siglo XXI Editores.
- Nasio, J. (1996) El
placer de leer a Freud. Argentina: Editorial Gedisa.
- Gómez, N., & Loving, R. (2011). Funcionamiento familiar, Locus de control y
patrones de conducta sexual riesgosa en jóvenes universitarios. Enseñanza e
Investigación en Psicología, 16 (2), 309-322.
- Pinto, R. (1999) Hermenéutica del deseo y generó sexual.
Barcelona: Universidad de Barcelona.
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