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lunes, 13 de junio de 2011

55 - El sentido inconsciente del ladrón < Un paralelo con la “infidelidad” >

Es importante resaltar el punto donde Winnicott nos dice que en el ladrón siempre se encuentra la necesidad de reestablecer su relación con el mundo, sigue:
¿Qué aplicación práctica tiene todo esto? La cuestión es que el niño sano en cada uno de nosotros sólo gradualmente se torna capaz de percibir objetivamente a la madre a quien él creó en un principio. Este doloroso proceso es lo que llamamos desilusión, y no hay necesidad de desilusionar activamente a un niño pequeño; antes bien, cabe afirmar que la buena madre corriente evita la desilusión, y la permite sólo en tanto siente que el niño puede soportarla, y darle la bienvenida.(13)

Es decir, Winnicott atribuye a la formación del ladrón, también podemos verla en la del infiel, una desilusión frente a la temprana esperanza de sentir a la madre como una creación suya, esa desilusión en los sujetos que no son ladrones es aceptada y desplazada hacia un objeto de amor, es decir, a una pareja o al trabajo honesto, en el niño enfermo como lo llama Winnicott, esta desilusión no es aceptada y de manifiesta en el acto de robar.

De mil maneras distintas, los niños que han sufrido un acceso demasiado grande o súbito de la desilusión, quedan sometidos a una compulsión a hacer cosas sin saber por qué, a ensuciarse, a negarse a defecar en el momento adecuado, a destrozar las plantas del jardín, etcétera. (14)

Entonces se nos hace evidente el hecho de una desilusión, y no cualquier desilusión, una desilusión del orden del amor, una falta, un vacío.

Los sentimientos de venganza en la víctima no pueden pasarse por alto, y todo intento de asumir una actitud sentimental frente a los niños delincuentes trae aparejada su propio fracaso, al incrementar la tensión del antagonismo general hacia los criminales. (15)

Seguramente la víctima no se complacerá con el hecho de que al ladrón-infiel le falto amor de parte de su madre porque la creía suya, se desilusionó cuando se percató de que no era así y creció robando para encontrar lo que se le perdió, es cierto que puede ser una hipótesis, pero se puede hacer poco ante lo robado, también es justo pensar en el amor y su falta como estructurantes del ladrón.

El ladrón, que es un enfermo, se siente casi siempre desesperanzado con respecto al mundo y a la relación de éste con él. Cada tanto, sin embargo, siente una oleada de esperanza, que asume la forma de un intento por superar el proceso de desilusión; el yo del bebé, con sus recuerdos del consuelo hallado en la ilusión y en una subjetividad inexpugnable, surge entonces y durante un breve período habita en la persona del niño. Desde nuestro punto de vista, el resultado consiste en que esa persona, niño, adolescente o adulto, actúa como un poseso, como alguien poseído por un aspecto de su yo infantil, compelido a robar para establecer contacto con la sociedad. (16)

Con esto termina Winnicott su corto texto, para el presente trabajo muy importante ya que nos dio luz sobre la conformación del ladrón, la víctima y diría yo, la posible causa del robo.

or el momento dejaré este tema aquí con el objetivo de seguir en la ardua tarea de despejar el concepto de la infidelidad en la familia contemporánea.
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(13,14,15,16) Winnicott. D. El impulso a robar 1949. Versión electrónica.


Carlos Enrique Correa Lagos

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