Se continuará viéndo el tema del dinero y su transformación
en el mundo social y en el psíquico de lo humano, éste último será el objetivo
de este empeño, se seguirá adentrando en el oro, ahora con el componente
cercano y muy relacionado, el demonio:
""Haz dinero, si puedes por medios justos, si no,
haz dinero por cualquier medio" Horacio
Los indios quechuas, que excavan las minas y extraen los
minerales de los Andes bolivianos, se fatigan en el subsuelo y en la penumbra
bajo la tierra , bajo la luz vacilante que controlan el demonio y su esposa.
Tan sólo el diablo posee el poder de garantizar o denegar el dinero, el éxito y
la riqueza a los mineros que allí laboran. De vuelta en la superficie, rezan a
la virgen María y los santos para que les ayuden a resolver problemas de salud
y amor, pero en los altares a oscuras dentro de las minas solicitan favores al
diablo y a su consorte. La virgen María y los santos controlan el agua sobre la
tierra y, por esa vía, las cocechas, los animales y la fertilidad, pero puesto
que el dinero proviene del oro y la plata, que proviene a su vez de los
demonios del diablo en las entrañas de la tierra, sólo este último y su esposa
pueden otorgarlo a los humanos. En cierto sentido, el diablo y los mineros
bolivianos se parece al dios griego Plutón - Plutón es el dios romano de los
infiernos, el griego se llama Hades -, que, como el rector del subsuelo, tenía
el poder de distribuir sus metales y era también el dios de la riqueza.
En la profundidad de las cavernas subterráneas, los mineros
levantan altares al diablo, a quien llaman El Tío, y a su cónyuge, la China
Supay. Las estatuillas lo representan con grandes cuernos retorcidos sobre la
cabeza y los ojos saltones , desorbitados, inyectados de sangre. A ambos
costados de la cabeza luce grandes orejas de mula, y dos largos colmillos
negros afloran de su mandíbula inferior. Los dientes restantes son por lo
general dagas afiladas hechas con trocitos de espejos en los que se refleja la
escaza luz que pueda haber en la oscuridad de la caverna, otorgando al demonio
una sonrisa que resplandece con ferocidad. Lleva una corona enorme, con una
serpiente o un lagarto rampante sobre ella, con las fauces abiertas y
distendidas en lo que parece un alarido de furia. El ídolo que representa al demonio
suele hallarse junto a la figura más bien deslucida de su esposa, de rostro
ancho y aplastado y complexión sanguínea, semejante, si se quiere, a las
mujeres bolivianas que uno ve por la calle.
Los mineros siempre están realizando plegarias ante las
imágenes de El Tío y la China Supay. Encienden velas a los amos del subsuelo y
cada minero porta una oferta diaria de un cigarrillo, una libación de alcohol o
unas hojitas de coca para el diablo y un terrón de azúcar para su esposa. En
ceremoniales específicos de apaciguamiento, después de terremotos o trágicos
derrumbes, han de hacerse grandes sacrificios de ovejas o llamas. En estos
sacrificios se esparce la sangre alrededor del altar y el chamán extrae el
corazón latiendo del animal sacrificial para esparcir la sangre en las cuatro
direcciones sagradas de la cosmología incaica. El acto da pie a un contrato, o k'araku, entre el feligrés y
las deidades. A cambio de la ofrenda, el diablo garantizará la vida del minero.
Los sacrificios suelen realizarse en agosto, el mes sagrado del demonio, en que
tradicionalmente los mineros adquieren su equipo y vituallas para el año
siguiente. Los sacrificios al diablo también abundan en la estación
carnavalesca previa a la Cuaresma, época en que se aflojan los costerñimientos
habituales.
De acuerdo con el saber local, ciertos peticionarios
codiciosos quieren más que una única vida, más que el justo sustento para
persistir en un día más de labor. Anhelan aunténtica riqueza. Para obtenerla,
el peticionario debe traer una ofrenda muy particular, un ser humano, al que se
sacrifica del mismo modo que la llama. Siempre que aparece en la montaña y
cerca de las minas el cuerpo de una persona, casi siempre el de un individuo
joven que gozaba hasta entonces de buena salud, y si presenta algunas marcas
infrecuentes, los indios comentan que fue sacrificado al diablo y a la China
Supay. Un k'araku de
ese tipo, un contrato dorado con el diablo, se hace sólo por dinero.
Durante cerca de cinco siglos, los indios de Bolivia han
explotado los mayores depósitos de plata del mundo y durante cinco siglos han
seguido siendo uno de los pueblos más pobres de la Tierra. No debe
sorprendernos, pues, que hayan asociado una maldición a la explotación minera
de los yacimientos de plata, a la fundición de monedas y al don de hacer
fortuna. Todo cuanto aprecian a su alrededor son amplias evidencias del éxito
de esas maldiciones y esos pactos con el diablo. Apuntan a la evidencia
histórica, como el asesinato del último emperador inca, Atahualpa, a manos de Francisco
Pizarro, quien heredó entonces toda la riqueza del imperio incaico. Apuntan a
sus conciudadanos, que han hecho millones de dólares en el tráfico de cocaina,
lo que sólo puede haber ocurrido con la ayuda del diablo y su cónyuge. ¿De qué
otro modo podrían esos individuos, escasamente educados, haber desafiado los
esfuerzos del ejército boliviano y la refinada tecnología que el gobierno de
Estados Unidos ha empleado para capturalos? Los mineros saber por experiencia
que día a día se arriesgan al sacrificio, a una muerte temprana por accidente o
por los estragos que causa la pobreza, en tantos otros, que habitan lejos de
allí y nunca han laborado en las minas, llevan la existencia lujosa de los
millonarios. Insisten en que esas desigualdades de fortuna sólo pueden
explicarse por la vía de sacrificios mágicos y especiales al demonio."
*Weathweford, J. (1997) La historia del dinero. de la piedra
arenisca al ciberespacio. Editorial: Andrés Bello, Barcelona, España.
Carlos
Enrique Correa Lagos - Psicólogo
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